Historias abiertas

Ramón Guerra

Aclaración: agradecemos profundamente la participación del DR. Vicente Herrera, quien nos ha enviado el prólogo de uno de sus libros para su publicación en nuestra página.

PROLOGO

Cuando Ramón Guerra me entregó estas narraciones para efectuar este prologo, mi primera reacción fue estrictamente emocional, ya que un torrente de neuromediadores que trasmiten los buenos sentimientos se desparramó por todas las redes cerebrales de mi sistema nervioso central, periférico y autónomo. Y en efecto, al leerlas, toda una cascada de dopamina, serotonina, adrenalina…etc. se fue precipitando por los circuitos del bienestar que tejen las neuronas y sus redes dendriticas, situados en los diferentes lugares y espacios que ocupan en la cavidad craneal, y que se mantienen bien protegidos por las meninges, y a salvo de golpes e injurias por un extraordinario sistema de amortiguación que son los ventrículos cerebrales o espacios llenos de liquido cefalorraquídeo.

Su lectura me fue despertando todo un conjunto de sensaciones que afloraban a mi conciencia, una tras otra, y que tan bien sintonizaban con mis propios fantasmas, obsesiones, fobias y filias…y que me ha permitido relacionarlas con mis síntomas, ya que Ramón Guerra ha sabido captar – y estoy completamente de acuerdo con él- la relación que existe entre las situaciones personales y la enfermedad. Sabido es que esta conexión apenas es tenida en cuenta por la medicina que más consenso tiene hoy día. Si acaso, es esbozada por ciertas teorías que consideran alguna participación psicosomática en aquellas dolencias que consideran el estrés o los estados depresivos como factores que facilitan los síntomas físicos en los órganos más débiles, y los psíquicos en personalidades más vulnerables. Procesos cuya aparición se explica por un sistema inmunológico alterado y por una caracterología individual más susceptible a los influjos del medio ambiente.

La cinco historias, abiertas a la reflexión, dan paso a muchas cuestiones que espero tengan el interés que en mi han despertado, y que me han provocado, también, madurar algunos aspectos sobre la vida y la muerte, la relación de la física y la conciencia y el espinoso tema de la violencia, y que, también, expongo en este prologo, tras enumerar someramente de que tratan estas narraciones:

1.- Primiguerra: No empezamos desde una «tabla rasa». Los patrones de conducta están presentes. Generación tras generación heredamos pautas de comportamiento.

2.- Si una hormiga fuera…: La lucha por romper una aparente evidencia científica. Y la constatación de nuestra conexión con la Naturaleza. Para comprender el sentido del síntoma buceemos en la conciencia de las hormigas. Allí encontraremos respuestas.

3.- Horror vacui: La natural confusión en los asuntos del amor (afectos) de un varón contemporáneo. La dicotomía entre el vinculo y la libertad y la propuesta de nuevas formas de relación interpersonal.

4.- Viaje de Vuelta: Un ensueño post-mortem y el encuentro con dos naturalezas femeninas para llegar al final de la era de Piscis.

5.- Una clonación muy especial: la posibilidad que la conciencia modifique estructuras esta dada en la historia natural de la vida. Por mucho  estudio del genoma y sus intrincados mecanismos, por si mismo no alcanzaremos la comprensión de los cambios en la naturaleza.

Mi experiencia en acompañar a personas, que han pasado y están pasando por enfermedades graves, me ha producido una sincera reflexión sobre la muerte. En general, ante este tipo de diagnósticos y pronósticos como el cáncer, SIDA y dolencias degenerativas, las personas ponen en marcha todos los resortes para la supervivencia: en el impacto inicial que nos provoca un gran estremecimiento siempre aparece el miedo a la muerte y al sufrimiento que no es más que un sucedáneo de la misma; luego es posible que en algunos casos se pase al escepticismo, en otros a sentir rabia o aparecer la depresión, para terminar con la aceptación del hecho o la negación definitiva del mismo. Ante esto la ciencia dispone de muchos tratamientos, pruebas, controles, marcadores, revisiones, más pruebas, más marcadores, pronósticos, comparaciones con otros casos y estadísticas con porcentajes de supervivencia con uno u otro tratamiento, y otros recursos: la mejor quimioterapia, el procedimiento quirúrgico de la clínica más famosa del mundo; e incluso curanderos y curanderas. Todo sirve con el fin de que ese tumor, esa enfermedad irreversible desaparezca, se pare y nos deje vivir, vivir…

Sin embargo hay personas que, ante esta eventualidad dramática en su vida, toman otra dirección. Personalmente he tenido la suerte de conocer a algunas de ellas que en esta vía han superado incluso el pronostico de su enfermedad y continúan vivas, y otras que no lo pudieron exceder. Pero en todas ellas -que murieron y renacieron en esta vida y en esta muerte- se produjo un cambio que sanó su persona. Y esto significa que el ultimo acto democrático de cada uno de los seres vivos que habitan nuestro planeta Tierra incluye las diferentes muertes y renacimientos que suceden en el trascurso de nuestra existencia. Es decir la acción de estos dos verbos se aplica de forma sucesiva, tanto en el trascurso de esta vida como en la propia muerte, cualquiera que sea su pertenencia a una u otra especie.

Los seres humanos se sirven del arquetipo Muerte y renacimiento o resurrección desde los albores de su historia y protohistoria y muchas religiones lo utilizan para alcanzar la trascendencia como radical transformación a un estado nuevo y distinto en un intento de acceder a la vida eterna. Este objetivo se accede a través de la resurrección en las tradiciones monoteístas judeocristianasmusulmanas o en las sucesivas reencarnaciones en las religiones panteístas de origen oriental. Pero este propósito no solo se intenta en el marco de estas religiones ya que dentro del ámbito de las vías ateístas -que no contemplan a Dios- se busca un sentido permanente a toda la vida y destino. La búsqueda de algún tipo de respuesta al interrogante sobre qué pasa después de esta vida impregna y ha impregnado las mentes de los seres racionales que forman la especie humana.

Cómo abordamos este interrogante y que tipo de soluciones le damos como legitima aspiración individual y colectiva constituye la piedra de toque de toda una concepción que, sin duda, afecta no solo a como afrontamos la muerte, sino a como enfocamos nuestra vida en este devenir hacia el fin irremediable del ultimo transito. Y esto determina todo un conjunto de ideas que marcan el camino de nuestra conducta. Así encontramos un ejemplo muy significativo en las religiones monoteístas, que explotan el miedo a la muerte de una manera desaforada hasta convertirlo en el eje de la «conversión» a estos cultos que, independientemente de su contenido, han contribuido a establecer todo un sistema de creencias que domina a la civilización occidental y que alcanzan a prácticamente todos los ámbitos de actuación.

Por otra parte, acercarse a comprender este encuentro con la eternidad no es nada fácil sea cual sea el sistema de análisis que se utilice, ya que ni los métodos para evaluar los fenómenos basados en corrientes filosóficas materialistas ni las tendencias más mentalistas, consideradas unilateralmente, consiguen explicarlo satisfactoriamente: los primeros por utilizar el recurso del epifenómeno en todo lo que no sea cuantificable y medible, y las segundas por no tomar en consideración la existencia del componente físico -biológico- del fenómeno y recurrir en sus argumentaciones a auténticos «actos de fe».

Las concepciones materialistas explican este tipo de manifestaciones como contenidos de la conciencia producidos por una serie de interacciones en el sistema nervioso: el substrato físico, que constituye el engranaje de neuronas y sus conexiones, elabora contenidos en forma de pensamientos y emociones que denominamos conciencia desde el momento que se agrupan y se mueven en una especie de memoria individual y colectiva en la que el lenguaje juega un papel decisivo en los seres humanos. Las mentalistas recorren el camino contrario: el conjunto de apriorismos o patrones pre-establecidos en una especie de conciencia universal determina el substrato y, así, los contenidos o específicos de la conciencia ocupan un espacio que a la vez es autónomo y determinante de la distribución y funcionamiento de los órganos de nuestro cuerpo y del psiquismo.

Sin duda es el dualismo alma-cuerpo lo que subyace en el análisis que estos enfoques utilizan, y no tenemos que considerar este hecho en su concepción más clásica apelando a Descartes, sino en sus manifestaciones más actuales como, por ejemplo, la discusión en la física moderna de donde procede y cómo esta formada la materia, o bien partícula, o bien onda o acaso de las cuerdas o supercuerdas en un modelo vibracional. El dualismo entre cuerpo y alma nos provoca la entrada en una especie de bucle argumental y nos dificulta la comprensión del tema que nos interesa aquí y ahora. En efecto, este tipo de fenómenos que tratamos de analizar es cierto que necesitan el substrato biofísico con su soporte molecular, bioquímico y anatómico, pero es pertinente preguntarse por el contenido de la información que transportan, sobre su naturaleza y significado. Sin duda se hace necesario encontrar algún tipo de explicación que nos responda de manera satisfactoria a estas cuestiones en apariencia contrapuestas.

Por este motivo se hace imprescindible tomar en consideración otras herramientas de análisis. Para ello y teniendo en cuenta el objeto de este prologo se consideran dos aspectos interrelacionados entre si que nos parecen fundamentales para comprender no solo la cuestión de vida mas allá de la muerte sino también el hecho de la enfermedad.

– La existencia de una unidad psico-somática en el hombre que hace que ante un estado de conciencia subyazca un proceso psico-físico. De manera que el cuerpo y el alma siempre se dan a un mismo tiempo, lo cual nos convoca a considerar el cuerpo animado o el alma corporizada como el escenario donde suceden tanto los diferentes cambios de conciencia en el desarrollo de esta vida -intrauterina, nacimiento, primera infancia, infancia, adolescencia, juventud, madurez y senectud-, como en la radical transformación al estado nuevo de conciencia que es la vida eterna. En el primer caso los cambios ocurren en una estructura molecular y el segundo en un cuerpo que ha perdido sus limites y se ha absorbido en lo transpersonal.

– Considerar que el comportamiento, surgido en el contacto corporal del hombre con su entorno, reúne la experiencia que se va elaborando en el espacio entre el ser y no ser de nuestro propio devenir y llena de contenido nuestra conciencia, en cada uno de los estados de desarrollo anteriormente señalados y en el balance final de nuestros días de existencia.

De esta manera, para entender en sus justos términos esta unidad psicosomática hay que tener en cuenta los diferentes comportamientos y su interconexión con la dimensión biológica que subyace en el ámbito psico-fisico del ser. Y este es el aspecto crucial del escenario de las sucesivas «muertes» y «renacimientos», ya que morimos y renacemos continuamente: el ser humano, como resultado en curso de una evolución muere y renace en un continuum hasta el final de un proceso de envejecimiento que es cuando «se retira» para dar paso a nuevas generaciones de seres vivos -tal como sucede en los seres pluricelulares-

Durante el desarrollo de la vida se requiere una satisfacción de las necesidades biológicas que en el ser humano alcanzan una dimensión psicobiologica: todas aquellas circunstancias que ponen en juego nuestros requerimientos y su satisfacción – sobretodo las que inciden en los periodos de cambio de los estados de conciencia- forman un «caldo de cultivo», que subyace en las respuestas psicofisicas que hemos convenido en denominar enfermedad.

Los síntomas suceden en la dimensión biológica de la unidad psicosomatica y se presentan, en general, en correlación con las edades correspondientes a los diferentes estadios evolutivos en la historia personal de los individuos. Así encontramos, por ejemplo, enfermedades propias de la infancia y propias del adulto; las primeras vinculadas con separaciones adaptativas, y las segundas relacionadas con el mantenimiento y conservación del «territorio» o espacio vital para alimentar a uno mismo y a su familia.

En algunas ocasiones -cada vez con mas frecuencia en los últimos años- aparecen enfermedades graves que provocan en un alto porcentaje una muerte prematura y esta se produce en medio de la vida de un ser humano, antes de llegar al punto final de la existencia biológica; ¿cómo interpretar este hecho tan doloroso?

Cuando sucede esta situación -sea en nosotros o en alguno de nuestros familiares o personas queridas- se pone en marcha, antes que ocurra el desenlace, todo un arsenal de medidas que propone la ciencia medica. Independientemente de la libertad individual para efectuar tal tipo de procedimientos terapéuticos y sus resultados prácticos, se ha de considerar lo siguiente: se muere porque «matamos al prójimo» ya sea por defecto como por exceso. En el primer caso porque no se considera la repercusión de nuestros actos en la unidad psicosomatica de nuestro ser, ya que no se tiene en cuenta que en ciertas circunstancias se produce un desajuste entre la conciencia y su correlato psicofisico. En el segundo caso -por exceso- porque sobrevalolaramos nuestras capacidades como humanos y vivimos con la ilusión de dominar la ciencia, y esto nos provoca una posición megalómana ante la sabiduría de la propia naturaleza.

En la medida que continuemos con la misma actitud y conducta ante la enfermedad, se seguirá actuando sobre la punta del iceberg, obviando todo el conjunto de interacciones entre nuestro comportamiento y la base psico-fisica del ser humano. Y también, en la medida que comprendamos esta relación y pongamos en marcha esta sucesión de los hechos -para renacer hay que morir-, nos movilizaremos hacia el sábado de gloria donde encontramos los manantiales de la leche y de la miel: el alimento que nos nutre y la dulzura que llena las sintonías de nuestra nueva vida. Y este proceso tanto sucede en la misma vida -sin perderla- como en la autentica muerte en que abandonamos el ropaje que cubre nuestro cuerpo y nuestra mente y que nos oprime y nos ocasiona sufrimiento.

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Desde hace unas tres décadas se estudia el origen del universo en una teoría, que los físicos y matemáticos consideran elegante, ya que unifica los principios, inicialmente contrapuestos, de la ley de la relatividad general en el ámbito del macrocosmos y la mecánica cuántica en el ámbito microcósmico o el mundo de las partículas elementales que generan la materia y la luz. Hasta la aparición de esta teoría de las cuerdas la explicación de lo observado en relación con el comportamiento de la velocidad y situación de los cuerpos celestes y las partículas elementales necesitaba de sendas teorías, lo cual incomodaba a lo teóricos de la física: de hecho son fenómenos que cabe esperar un mismo comportamiento, pero las grandes fluctuaciones que se observan en los espacios infenitesimales de la formación de la materia contradecían las suaves ondulaciones de la gravitación en el universo.

La teoría de las cuerdas, basada en un modelo vibracional situado en el inicio de la formación de la materia, en su ultima versión propuesta por J. Khoury de la Universidad de Priceton, se parece mas a una descripción esotérica que a un texto científico tal como estamos acostumbrados a encontrar por la extensa literatura cientifical:» la teoría pone en escena dos universos; el visible o nuestro y otro invisible y paralelo, separados por un volumen dotado de una cuarta dimensión en cuyo interior flota libremente una 3-brana. Nuestra materia y luz surgiría de una colisión de esta brana con la nuestra en principio fría e inmóvil».

La pregunta, que me surge es si una teoría unificada como ésta, que trata sobre la formación del universo, pudiera en alguna medida explicar en sus premisas la génesis de la enfermedad. El alcance de esta interpretación estaría delimitado, evidentemente, por su capacidad explicativa y la de prever los fenómenos clínicos que se observan en la enfermedad. Pero se ha de tener en cuenta que si se consigue alguna conclusión coherente y satisfactoria, esta se situaría mas allá ( o más acá, según se mire) de los mecanismos moleculares a los que nos tienen acostumbrados los grandes científicos de la medicina actual. Y tal como sucede con los físicos y matemáticos con la teoría de las cuerdas, en este articulo se propone un marco teórico que unifique de una vez y de manera correcta, la conexión mente-cuerpo y se explique el mecanismo de enfermar sin caer en el reduccionismo de la presencia de una «noxa» externa y/o el fallos de los mecanismos de regulación de nuestro cuerpo.

Brian Greene; profesor de física y Matemáticas de la Universidad de Colombia en E.E.U.U. y gran experto en la teoría de las cuerdas contestaría que la respuesta a esta cuestión es negativa ( poniéndose las manos en la cabeza al escuchar la pregunta). Él, recientemente, ha expresado su duda del interés de estudiar lo que ocurre en el cerebro mirando el movimiento de las cuerdas si tal cosa fuera posible. Bastante tienen los físicos y los matemáticos – debe pensar y también pienso yo- en perfeccionar esta teoría en sus aspectos modelicos y en su aplicación al estudio de las nuevas partículas elementales en los futuros grandes aceleradores, para introducirse en los vericuetos y complejidad de la medicina, en definitiva en el fenómeno de la vida.

Sin embargo, la afirmación que hace Greene sobre sus dudas me ha provocado el movimiento necesario en mi propia sustancia gris cerebral para iniciar una aproximación al estudio que enuncio en este prologo: comprobar si la teoría de las cuerdas puede aportar algún tipo de información útil para comprender en ultima instancia los mecanismos de enfermar. Si esto es así, bien seguro que, lo conseguido se ha de situar en un nivel biofísico sin excluir lo que se observa en el mundo molecular y bioquímico. Debido a esto, la primera actividad que mi mente ha barruntado ha sido situar en su sitio la materia de esta aproximación que no es otra que considerar las complicadas interacciones entre neuronas y circuitos cerebrales, aun sabiendo que estas apenas son explicadas por la mecánica cuántica, y una vez instalados en este nivel, tener en cuenta que existe una conexión entre estas relaciones cerebrales y la enfermedad.

Precisamente por este motivo, para adentrarme en esta cuestión tan delicada propongo un escenario que considere, por una parte, la existencia de una conexión del llamado mundo mental y la física, y por otra parte considerar la enfermedad como una expresión sintomática (en la psique y en el cuerpo), en determinadas circunstancias, de esta conexión.

Definir el «mundo mental» no es tarea fácil, pero para comprender lo que queremos decir aquí utilicemos la observación de lo que pasa en el crecimiento y desarrollo de un embrión a partir de dos células reproductivas procedentes de dos individuos de diferente sexo. Este complejo proceso se justifica por la presencia de un programa genético que incluye las ordenes necesarias que hacen, por ejemplo, que un embrión de pollo se convierta en un pollo y un embrión de ser humano en un ser humano.

Sin embargo el programa genético, aun describiendo estos hechos, no nos aclara qué pasa en la intimidad del fenómeno -en ultima instancia- y sobretodo el por qué sucede. Para resolver esta cuestión observamos dos macro-explicaciones antagónicas: la primera busca la solución en apelar a un cierto espiritismo: lo primero es el patrón o el modelo preestablecido por un creador, situado en una especie de conciencia universal que se cristaliza a causa de un impulso evolutivo; la segunda se sitúa en el extremo materialista -propio del método científico convencional- que no efectúa este tipo de preguntas e insiste en el como sucede, tal como aconsejó hace mas de 100 años Santiago Ramón y Cajal: en este caso los genes contienen la información, y cualquier consideración marginal es pura especulación.

Rupert Sheldrake trata de resolver estas posturas contrapuestas con su hipótesis de la causación formativa, y trata de comprender, de paso, el fenómeno de la telepatía y las actitudes y aptitudes de los animales en una memoria de especie -no individual ni local-. Sus «campos mórficos» son regiones de influencia en el espacio-tiempo, localizados en y alrededor de los sistemas que organizan. Estas regiones organizan pautas espaciotemporales de actividad vibratoria; contienen una memoria incorporada dada por la autorresonancia con el pasado de una unidad mórfica y por la resonancia mórfica de todos los sistemas similares previos.

Bien mirado Sheldrake toma elementos de uno y otro bando explicativo para argumentar su causación: por una parte ¿qué significa su «autorresonancia con una unidad mórfica», y por otra parte ¿qué quiere decir con su «resonancia de todos los sistemas similares previos»?, sino un patrón inicial y un proceso evolutivo a partir de una estructura previa, respectivamente. Al reflexionar sobre estas propuestas no puedo dejar de pensar que probablemente esto nos ayuda a entender la conexión entre el mundo mental -regiones de influencia en el espacio-tiempo como «patrones de resonancia»- y los sistemas que organizan -concreciones o solidificaciones en la materia-. Pero todo esto me conduce a considerar que es el cerebro o Sistema Nervioso quien actúa de interconector en esta relación. Por lo que es necesario detenerse en su observación.

Al estudiar el cerebro hendido (decomisurado en el cuerpo calloso) se observan fenómenos muy sugestivos en la línea de aceptar la teoría del funcionamiento modular del cerebro, ya que se localizan y confirman en su caso áreas especificas que controlan diferentes funciones mentales, como, por ejemplo, el habla en el hemisferio izquierdo, y la capacidad espacio-temporal en el hemisferio derecho. Además, ante situaciones cotidianas que tiene que resolver el individuo, el hemisferio derecho responde con una mayor capacidad de holismo o «visión global», y el izquierdo con una respuesta más analítica o «evaluación de detalles».

Por otra parte la construcción de funciones cada vez mas complejas en el desarrollo evolutivo se fundamenta sobre sistemas ya establecidos previamente. Por este motivo se explican dos características observadas en este proceso: la plasticidad de la reparación de las lesiones cerebrales en que otras áreas cercanas se organizan para dar la respuesta dañada, y la representación arcaica de estas funciones en zonas del cerebro más antiguo situado en el tronco y protuberancia cerebral.

Otra cosa es explicar funciones mentales más complejas que se pueden incorporar en lo que se ha llamado la conciencia o consciencia que, al parecer, necesita un funcionamiento global del cerebro. Este es un punto de gran confusión, tanto por su uso indiscriminado como por sus diferentes significados. Si nos fijamos en el funcionamiento armonico del cerebro- con su correspondiente correlato mental de bienestar o el sentirse bien- en que un registro electro-magneto-encéfalografico muestra unas ondas sincronizadas, deduciremos que es todo el cerebro quien reacciona, y no una parte del mismo. (Utilizando el símil del mar: las olas que brotan uniformes, pueden ser mas o menos intensas, pero todas llevan una misma dirección) En caso de tormenta mental las ondas cerebrales se cruzan, se potencian… y provocan la perdida de la armonía cerebral y el comportamiento consiguiente dependerá de varios factores, pero en todo caso las «olas» surgen de distintos hemisferios del cerebro…)

La enfermedad contenida en los patrones de resonancia surgidos en el proceso evolutivo nos sitúa en el campo de este análisis: los signos y síntomas vienen precedidos de una información que se somatiza en el cuerpo siguiendo un mecanismo psicobiologico. Los estímulos del entorno, en un diálogo con los individuos de las diferentes especies en un contexto social en el más amplio sentido de la palabra, provocan cambios postadaptativos que se insertan en el genoma de las células somáticas, y que acaban incorporándose a las células reproductoras o gametos. En este tránsito – de las células somáticas a las reproductoras- los cambios se pueden expresar ante estímulos que rememoran los que se produjeron en el proceso evolutivo y este es, precisamente, el mecanismo que subyace en la etiopatogenésis de los procesos que hemos convenido considerar como patológicos.

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La violencia se ha convenido hasta ahora que tanto en el ámbito individual como colectivo es una expresión errónea de la naturaleza intrínseca de quien la realiza, cuya erradicación se ha de efectuar con métodos represivos y sintomáticos Esta forma convencional de abordar la violencia se extiende a otros ámbitos de actuación. El ejemplo del cáncer es muy demostrativo, ya que se considera como una violencia individual sobre nuestro cuerpo y se ataja con procedimientos expeditivos que barren las células que se han individualizado del resto del organismo tratando de reestablecer el orden previo. El tumor es un error y el error se corrige con la pena capital. Ante esto considero que los fenómenos violentos son el resultado del dialogo que se establece entre todo ser vivo y su entorno con relación a su necesidad de sobrevivencia. Necesidad que es sentida según el desarrollo propio de la conciencia, y que en el ser humano alcanza la aspiración de la inmortalidad. Esta aproximación al problema trata de proporcionar otros elementos para su solución. La reciente destrucción de las torres gemelas de Manhatann en Nueva York, aparte de la lógica condena, ha generado un mayor interés en conocer que hay en el fondo. ¿Qué motivos subyacen en ciertas mentalidades que pueden llegar a autoinmolarse matando gente inocente en nombre de un objetivo?.

Para el análisis de la violencia en el individuo y en el grupo (asesinatos aislados, grupales, acciones terroristas, guerras, torturas…), se tienen en cuenta tres escenarios que, entrelazados entre si, constituyen el marco donde tanto el individuo como el grupo han ordenado unas relaciones con su entorno que le procuran la satisfacción de sus necesidades, y estas se asocian a unas pautas de comportamiento. El desarrollo de estas relaciones han trascurrido en una evolución de la conciencia, resultado de una transmisión de información de ida y vuelta (dinámica) con sus atributos contenidos en la memoria individual y colectiva.

La violencia es una expresión del conflicto entre la lucha objetiva por el espacio propio y la pertenencia subjetiva al mismo. Se consideran en este análisis tres escenarios, en donde se efectúan las relaciones que, en determinadas circunstancias, se expresan en formas de violencia: estos escenarios suceden en los deseos, el cuerpo y la trascendencia.

El mundo de los deseos se inicia con la aparición de la vida. Esta, como elemento separado de un entorno con principios fisicoquimicos que tienden a una mayor entropía, se auto-genera y construye su propio orden para su mantenimiento, re-producción y seguridad: el mantenimiento se efectúa con el uso y consumo de energía y se consigue con la absorción y eliminación de moléculas pre-energéticas; la reproducción con la división y la especialización en sexos y la seguridad en un marco de intercambio con los otros seres vivos Los deseos aparecen como pautas de acción que satisfacen estas necesidades básicas.

El cuerpo proporciona la estructura para la realización de los deseos, siendo el cerebro quien contiene holo y específicamente estos intercambios. Estos tres componentes formados por el cuerpo, cerebro y pautas de comportamiento se convierten en el marco de las somatizaciones y psicologizaciones; las primeras como concreciones en la estructura física y las segundas como liberaciones de la respuesta comportamental. El punto de inflexión de donde surgen estas expresiones es la conciencia del conflicto. Si este esta presente aparece el síntoma. En la medida que el escenario de los deseos no sintonice con la conciencia de la acción aparece el síntoma: el objeto se escinde del sujeto.

En el escenario de la trascendencia trascurre la dualidad que se encuentra en el polo opuesto de la deriva de la sombra de los deseos sin conciencia de conflicto – el mito de Fausto-. El fuego de los dioses desciende – via Prometeo- a los seres humanos. Estos, medio bestias medio dioses, se convierten en prófugos de sus deseos y buscadores de la trascendencia. De esta tensión surge la lucha por el fuego divino y el logro de la inmortalidad.

Vicente Herrera Adell

vherrera@wol.es