La trampa

Lo que más nos cuesta aprender es justamente lo que venimos a aprender.

Pareciera que hay algunas personas que aparecen en nuestra vida, que tienen la extraña capacidad de hacernos ver lo que no queremos ver. Esas personas nos molestan, nos fastidian. Nos hacen sentir que no queremos volver a verlas.

Llamativamente, las enfermedades actúan de la misma manera. No son precisamente presencias agradables. No las entendemos. Hay quienes nos las explican y sin embargo, seguimos sin comprender lo que quieren decir. Y si lo hacemos, igualmente queremos que nos la quiten sin ahondar más en ellas. Sin seguir el camino de la verdad que vienen a presentar.
Tanto las personas como las enfermedades son maestros. Que nos marcan nuestra profunda ignorancia en aspectos que no queremos ni enfrentar ni que nos obliguen a enfrentar.
Quizás una frase de Albert Einstein, exprese esto de manera brillante: -Todos somos ignorantes, pero no todos ignoramos las mismas cosas-.

En este sentido, en algunas oportunidades aparecen en la profesión del médico, algunos pacientes que los confrontan con esos aspectos que ese médico no puede ni quiere confrontar. Funcionan como una enfermedad. Llamativamente esos pacientes tienen por lógica una enfermedad, que los confronta justamente con algo que tampoco pueden ver. Pero el médico funciona allí como un aliado no del paciente sino de la enfermedad. Ese médico va a reforzar el mecanismo que la enfermedad viene a presentar. Va a funcionar de la misma manera que lo hace la enfermedad; es decir, como una presencia que no hace lo que el paciente quiere que haga.

Es así que los médicos nos hemos constituido en aliados de la enfermedad, no de la salud.

Aunque parezca un exceso, no podemos dejar de preguntarnos porqué apareció en la vida de ese médico ese paciente que lo viene a cuestionar. Aquí se nos aparece la magia de la vida. Nos encontramos los que tenemos cuentas pendientes. Y las reclamamos.

Al principio, todo parece demasiado pesado. -¿Porqué este paciente viene a decirme estas cosas?- -¿Si no le gusta lo que hago, porqué no busca otro médico?-. Y por el lado del paciente; -¿Porqué este médico no toma conciencia de lo que yo necesito de él?-. -¿Porqué me sigue diciendo cosas que en lugar de ayudarme, me alejan de la curación?-.
Ser conciente de uno de estos encuentros no es fácil. Lo más fácil, es evitarlo o crear un sentimiento tal como el enojo, el orgullo o el cansancio y alejarse de ese encuentro. Es lo que habitualmente hacemos. Sin embargo, algo nos está diciendo ese paciente y nosotros no lo queremos escuchar. La verdad que nos trae, entre otras, es que hablar de nuestros conflictos no es algo que lleguemos a sentir como una ayuda. Sin embargo, eso es lo que nosotros hacemos con ellos. Y además, postulamos que si se desnudan por completo, mayor ayuda recibirán.
Las terapias psicológicas, emocionales o de abordaje de los conflictos, tienen esta visión. Hay que confesar todo. Si el paciente no se cura, es porque algo guarda. La terapia en sí se ha convertido en una espera de que deje las corazas que le impiden abordar sus secretos más íntimos. Y esa espera se matiza con estrategias para que pueda acceder a esos lugares donde nunca ha podido acceder.

Como todo lo que sucede en la vida, aquí también hay algo de verdad y algo de mentira.

 

Los refuerzos

Una de las verdades es que si no sabemos con qué relacionar la enfermedad, no sabremos nunca qué hacer con ella. Es como tener frente nuestro una computadora y no saber que botón tocar para prenderla o para apagarla. O desconocer la nomenclatura del teclado e ir tocando cada una de las teclas en una actitud de prueba. Podemos decir que muchos abordajes hacen esto.

Lo que sucede es que el ser humano no es una máquina. Y cada tecla que se toca, no implica un futuro -dellete- que asegura que lo escrito se borre.

Así muchos terapeutas, refuerzan mecanismos de sufrimiento con su intento de -exprimir- al paciente. Se encuentra el conflicto, se habla de él, se lo explica pero el paciente no se cura.
El médico se termina enojando con el paciente porque seguramente no quiere decir toda la verdad. O, en una actitud más condescendiente, lo deriva al psicoanalista, porque seguramente hay traumas infantiles que deben ser trabajados.

No venimos a negar nada de esto. Lo que venimos a decir es que así no vamos a curar a nadie.

Es como si conociéramos todo el mecanismo interior de la computadora pero desconocemos la lectura del teclado. Podremos hablar horas sobre el funcionamiento de la máquina pero no la pondremos jamás en marcha.

La medicina funcionó siempre en base a personajes que sabían apretar las teclas. Los actuales chamanes y sanadores, curan más gente que los médicos. Ellos aún conservan el arte que los médicos de antaño tenían. Se hacen cargo de la enfermedad del paciente. La negocian en su territorio. La desarman con sus instrumentos. Hacen magia.

Los médicos hacemos lo que el paciente ya sabe que vamos a hacer. No hay territorio sagrado del lado del médico. En las enfermedades comunes, un farmacéutico puede sustituir perfectamente a un médico. En las enfermedades crónicas y complejas, el paciente lee en Internet lo que el médico le va a decir. Hasta sabe más que algunos profesionales. Viene con el diagnóstico hecho y el tratamiento propuesto para que el médico lo legalice.

Así de tanto en tanto, aparecen algunos médicos que se oponen a repetir este papel de títere del sistema y explotan con una propuesta distinta.

Cuando Hamer dice que la causa de las enfermedades es un conflicto biológico, toda la teoría científica de la medicina tambalea. Y los médicos que no saben tocar las teclas, tiemblan.
Los linfocitos siguen existiendo, al igual que las úlceras y los tumores. Pero el sentido, la dirección, es decir, la presión de las teclas, cambia.

Lo que hagamos con lo que dice Hamer dependerá de nosotros. Una vía puede ser que tomemos toda su teoría y dictemos cursos. Mostremos los focos que se ven en la tomografía y repitamos que las metástasis no existen. Digamos que la enfermedad se curará si se soluciona el conflicto biológico y demos instrucciones sobre embriología para entender el mecanismo.

Esa vía lleva a las teorías de Hamer a dormir el sueño de los justos. Después de treinta años, Hamer a nivel internacional sigue siendo desconocido. La mayor parte de los que dictan cursos, no tratan pacientes y los que escuchan esos cursos, son habitualmente terapeutas aficionados.

Mientras tanto, cada médico en su quinta. Haciendo pruebas de teclado que no terminan de producir en el monitor el efecto esperado.

Hay una negación absoluta de la medicina a estudiar lo que los otros hacen. Solo se estudia lo que tiene que ver con uno. Lo que hace el otro no sirve o no interesa. A los oncólogos, no les importa lo que dice Hamer. A los inmunólogos no les importa lo que dicen los oncólogos y a Hamer no le importa ni lo que dicen los inmunólogos ni los oncólogos. Se presentan teorías realmente interesantes de todos lados pero no se las coteja con lo que dice el otro lado. Solo se las coteja con lo que dice su propio lado.

Veamos un ejemplo.
Desde la inmunología, se escuchan algunas voces que dicen que ciertas enfermedades que la medicina no puede curar (ELA, cánceres metastáticos) pueden tener un origen viral y una respuesta inmunológica alterada. Algunos oncólogos (Simoncini) hablan de una proliferación de hongos en algunos tipos de cánceres y otras enfermedades) que responden adecuadamente al tratamiento antimicótico. Hamer ha desarrollado un mapa cerebral en donde las lesiones de la corteza (como el ELA o el cáncer de mama) tienen que ver con una respuesta de virus que actúan como generadores de inflamación para destruir el cáncer. En las lesiones del tronco y mesodermo, serán los hongos los que hacen este trabajo y en las de mesodermo, las bacterias.
No sería menos que interesante tocar las tres teclas y trabajar con los conceptos de la inmunología, la oncología y los de Hamer. Por lo pronto, sabríamos cuando usar inmunomoduladores de virus, de bacterias y de hongos. Estaríamos guiados desde la tomografía cerebral en la evolución del tratamiento. Pidiendo una subpoblación linfocitaria, nos guiaría la cuantificación de los linfocitos B para utilizar inmunomoduladores virales. Pero sigamos pensando.

Si trabajáramos con una técnica del trauma de las que se usan actualmente con tanta eficacia, en pacientes con enfermedades complejas, podríamos observar que el paciente mejora su enfermedad física pero comienza con transtornos llamados psíquicos. Si conociéramos las teorías de Hamer, sabríamos que estamos produciendo una constelación interhemisférica y que en el caso de un paciente con cáncer de pulmón veríamos que comienza con sensaciones de levitación y en el caso de un sarcoma, hará un cuadro de megalomanía. Y sabremos como manejarlo ya que lo que buscamos es la supervivencia del paciente. Podremos crear adrede un estado depresivo para sacarlo de una enfermedad que lo lleva a la muerte.
Y esto lo podríamos hacer si nos comenzamos a preocupar por lo que estudian los otros. Mientras tanto, seguimos tocando la única tecla en la que creemos.

 

La investigación

Hay tantos ejemplos de lo que podríamos avanzar si nos animamos a investigar juntos, que solo pensarlo nos abruma.

Un grupo de oncólogos ha utilizado algunas drogas clásicas de la quimioterapia pero en la décima parte de la dosis que se aplica convencionalmente, logrando resultados terapéuticos sin efectos adversos. Por supuesto que esos trabajos no se dan a conocer.

Algunos inmunólogos usan desde hace mucho tiempo un pool de bacterias clásicamente utilizadas para prevenir las rinitis, en casos de cáncer de pulmón. Logran con ello, modular la respuesta bacteriana que se hará siempre presente en la evolución de un miedo a la muerte de otro que genera el cáncer de pulmón.

Los homeópatas usan desde hace decenas de años, los llamados nosodes de tejido canceroso. Son tejidos de tumor sometidos a un proceso de dilución y dinamización que permite una reacción curativa de parte del propio organismo. Lo que sucede es que esa reacción debe ir acompañada de una inmunomodulación ya que lo que va a generar es una respuesta bacteriana. Si conocieran las leyes de Hamer, la homeopatía podría ayudar mucho más de lo que ayuda.

El extracto de timo, con derivados tales como la timomodulina y la timosona, es en estos casos un excelente inmunomodulador, pero muchas veces debe ser usado con otros más específicos del micro organismo que está en juego en la enfermedad.

El uso de antibióticos, corticoides, quimioterapia, homeopatía, hierbas medicinales, daría un fruto mucho más adecuado si se conociera la teoría de Hamer.
Sin embargo, los seguidores -oficiales- de Hamer siguen diciendo que la enfermedad se cura si se resuelve el conflicto biológico.

Es por eso, que nos vimos en la obligación de hablar de los mandatos familiares y los sociales para entender porque no es tan fácil, que al solucionar un conflicto biológico, se cure una enfermedad. Porque nosotros, aunque no sepamos lo que pasa en el otro lado, somos permanentemente influenciados por el otro lado.

Es para eso que nace la medicina psicobiológica. No para presentar una nueva teoría sobre la enfermedad, sino para permitirnos pensar juntos. Para darnos cuenta que todos tenemos que ver con todos. Y que la salida de nuestro gran problema actual, no es descubrir un nuevo medicamento sino empezar a aceptarnos globalmente.

No podremos curar a nadie si seguimos pensando que solo desde nuestra teoría alguien puede curarse. Debemos aprender a pedir ayuda y enseñar a pedir ayuda.
Hamer tiró la piedra pero la piedra se puede hundir. Debemos sacarla del agua y seguir tirándola. Alguien la tiene que recoger.