El consenso colectivo

En el trabajo sobre los rieles secundarios, hemos visto que se trabaja sobre la existencia que percibe el paciente pero también sobre la que no alcanza a percibir y sin embargo actúa como factor desencadenante. Si bien tomar conciencia de aquello que hace nacer la conducta que llamamos enfermedad, es determinante para la curación, ésta no ocurre solo porque esa conciencia se provoque.

El conocimiento de los hechos nos puede llevar a solucionarlos. Este es el principio básico que ha dado origen a la filosofía que busca la verdad y a la ciencia que busca la realidad. Ambas han pasado y siguen pasando por distintas etapas en las que muchas de las conclusiones a la que han llegado se contradicen o se niegan.

Algo parecido ocurre con el conocimiento de la enfermedad. Actualmente se la entiende como un proceso que surge de una falla o de una agresión y que inexorablemente no guarda más sentido que ser una víctima de esos eventos. Es claro que nadie quiere estar enfermo pero también debe ser claro que lo que llamamos enfermedad tiene sentidos que van más allá de haber caído en desgracia. Y si no los entendemos y solo queremos sacarnos de encima la enfermedad, estamos expuestos a cometer muchos errores y sobre todo a caer en la dependencia absoluta de los que detentan el supuesto saber sobre la curación.

Hamer patea el tablero y dice con pruebas concluyentes, que la enfermedad siempre es el intento de superar un obstáculo en la supervivencia. Creemos que gran cantidad de enfermedades responden a este mecanismo. Sin embargo, otras enfermedades no son el intento de solución sino que denuncian injusticias personales, familiares o colectivas.  Y si bien estas denuncias también buscan una solución, el mecanismo de la enfermedad no es la solución sino la denuncia. A esas enfermedades las hemos llamado arquetípicas y creemos que deben abordarse de distinta manera que las otras llamadas comunes.

Sin embargo, transitamos un momento de la historia que está dejando de sostener el concepto de enfermedad como falla o agresión pero que aún no sostiene el concepto de enfermedad como intento de solución o denuncia. Es un momento en donde no hay consenso colectivo que permita moverse con facilidad en ninguno de los dos conceptos.

Es así que se ha generado una suerte de disputa entre dos medicinas, una pretendidamente científica y otra en la que caen todas las posturas que no coinciden con la anterior.

La medicina pretendidamente científica la llamamos medicina de la enfermedad. Es aquella que basándose en el concepto de que la enfermedad es producto de una falla o una agresión, la combate con el objetivo de eliminarla. Los microbios son enemigos y los antibióticos los aniquilan. Las inflamaciones son ataques y los corticoides y antiflogósicos las persiguen. Los cánceres son equivocaciones celulares y la quimioterapia y la radioterapia los exterminan.

A las otras medicinas las llamamos medicinas de la salud. Habitualmente carecen de una filosofía que la mente occidental pueda sostener y son ignoradas o descalificadas. Allí están la acupuntura con su efectividad de más de cinco mil años y la homeopatía con la clara ayuda que ha aportado en los últimos doscientos años. Hay muchas más. Todas buscan equilibrar, integrar los órganos, los pensamientos, las emociones y hasta la espiritualidad. No apuntan a destruir a los enemigos porque en su incomprensible (para la mente actual) visión de la enfermedad, ella no es el enemigo.

Ninguna ha logrado consenso colectivo. Se toma de ellas el uso del instrumento pero solo para adaptarlo al concepto de la enfermedad como falla o como ataque. La acupuntura es buena pero nadie sabe porqué. La homeopatía es útil -pero puede haber mucho de efecto placebo-. Al cáncer hay que destruirlo antes que nos destruya a nosotros porque la célula se volvió loca.

Los médicos que nos dedicamos desde hace mucho a alguna de las medicinas de la salud, nos encontramos muy frecuentemente con el dilema de saber que un paciente se está curando y sin embargo tener que aceptar que se suspenda esa curación por la presión familiar o del propio sistema médico.

Muchas veces la presión es tan grande que ya no se trata de un problema filosófico sino de una cuestión lindante con la mala praxis. Y lo paradójico de ello es que realmente es mala praxis. Porque un médico que deja sufrir a un paciente está haciendo mala praxis. De eso no hay que tener dudas. Ninguna filosofía debe ser privilegiada ante el dolor de un semejante.

Y esto ocurre porque estamos en un momento de la humanidad en donde ni la verdad ni la realidad son consistentes.

No podemos negar que muchos de los pacientes que se curaron con la propuesta de Hamer en la década del noventa, murieron luego que la presión social terminara con Hamer en la cárcel. Decir que la curación fue producto de la sugestión es ignorar el poder del consenso colectivo en la salud o en la enfermedad.

Este tema ya lo hemos abordado al trabajar el complejo chamánico. Lo que pretendemos aclarar aquí es la necesidad que tenemos los médicos de aprender a movernos en este difícil momento de la humanidad. Nadie cree ya en la medicina de la enfermedad. Hay demasiadas muertes y mutilaciones para seguir creyendo en su triunfo. Pero son muy pocos los que creemos en la medicina de la salud. Cuando -las papas queman- todos buscan el agua fría.

Es por eso que hasta que no se logre el suficiente consenso colectivo (la masa crítica que instale una nueva conducta social) sobre lo que estamos llamando la medicina de la salud, debemos ser prudentes y concientes de lo que hacemos y en qué momento lo estamos haciendo.

Esto significa que además del trabajo sobre los conflictos, el desequilibrio energético o los mandatos generacionales, debemos estar atentos a todo lo que hemos abordado en el trabajo sobre los rieles pero específicamente a los siguientes puntos:

1)     la capacidad del terapeuta de transmitir seguridad en los objetivos del tratamiento.

2)     La capacidad del paciente de reconocer esos objetivos.

3)     La tolerancia del paciente y de su entorno a los obstáculos que aparecen en todo proceso curativo.

4)     La existencia de un equipo de profesionales que puedan actuar adecuadamente en la emergencia de esos obstáculos sin perder los objetivos del tratamiento (cirujanos, clínicos, bioquímicos, kinesiólogos, neurólogos, psicólogos).

5)     El ejercicio de la acción adecuada en el momento en que -las papas queman-. Realizar estudios que tranquilicen o que aseguren el adecuado tratamiento. Interconsultas con los profesionales del equipo.

6)     La atención sobre los hechos actuales que hemos llamado rieles secundarios. El médico no vive al lado del paciente y éste sigue viviendo cotidianamente hechos que lo afectan. Debe haber comunicación frecuente o el paciente o su familia deben asistir al médico con la información sobre estos hechos.

7)      El asistencialismo médico. Jamás debemos olvidar que el paciente acude a nosotros para que lo curemos, no para que le expliquemos una teoría. Su nutrición e hidratación, sus signos vitales, su sueño, sus síntomas deben ser controlados y asistidos medicamente. Si no, somos especialistas en conflictos y le debemos aclarar al paciente que solo hacemos eso.

8)     Nuestra propia tolerancia a los obstáculos y al enfrentamiento con la medicina de la enfermedad. Debemos ser concientes de nuestra propia fragilidad ante los fracasos y de nuestra seguridad en lo que hacemos.

9)     La utilización de todo lo que ayude  a aliviar y mejorar el sufrimiento del paciente. En esta larga lista entran los medicamentos alopáticos y homeopáticos. La quimioterapia en los implantes o pequeños tumores y en dosis menores a las usadas habitualmente y acompañadas por los nosodes correspondientes. La radioterapia en las masas que obstruyen. La cirugía no mutiladora. Todo ello como complemento de nuestro trabajo curativo. Si el paciente sobrevive podemos curarlo. Si no, jamás lo haremos.

10) Los imponderables. Hay muchas cosas que desconocemos. Le pondremos nombres y haremos teorías sobre ellas pero seguimos sin poder evitarlas. El misterio de la vida y de la muerte siempre estará presente y debemos ser lo suficientemente humildes para aceptarlos y seguir trabajando con nuestras limitaciones.

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